Retrocedamos doce meses, un año, uno solo en el que la vida como la habíamos conocido hasta entonces mudó completamente. Cerrábamos 2019 con Madrid en el escaparate mundial como anfitriona de la Cumbre del Clima, donde premonitoriamente no se alcanzó acuerdo alguno, sino que se pospusieron los compromisos de reducción de emisiones; otra patada para echar la porquería hacia adelante. Y abríamos el año que ahora dejamos atrás, premonitoriamente también, con la despedida del Reino Unido a la Unión Europea. Según cuentan las hemerotecas hubo lágrimas en el Parlamento Europeo en aquel adiós a 73 eurodiputadas/os. Qué lejanas e insignificantes vemos ahora esas despedidas. Qué poca trascendencia le damos hoy, como poca le dábamos a las noticias que llegaban de China entonces; otra novedad que no tardaría en desaparecer y apagarse. Y todo desapareció, se apagó, no había nada más, como desaparecieron y se apagaron todas esas vidas que la clase política abandonó a su suerte. Vidas a las que se obligó a despedirse, con lágrimas, pero sin compañía, vidas a las que se obligó a partir prematuramente.
El optimismo de la voluntad
Pero llegará un momento en que todo virará nuevamente, y lo hará no solo por las vacunas, sino por la voluntad de las personas, que inocularán no anticuerpos, sino optimismo.
La voluntad que demostrasteis este infausto año 2020 en las residencias y en las cocinas, en los distritos y en las escuelas, en los hospitales y en los despachos y ventanillas, en todos y cada uno de los puestos… y teletrabajando, por supuesto, aunque parezca que esto les moleste e incomode.
La voluntad que nos muestra que al final habrá luz.
La voluntad de mejorar y de avanzar.
Vuestra voluntad y la nuestra.
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